8.22.2008

Paraíso en Peñuelas


Valparaíso siempre ha sido una ciudad donde no existen las áreas verdes, los parques o jardines botánicos, donde uno pueda salirse del estrés de la urbe y respirar, sino que siempre hay que estar inserto en los cerros o el plan.
Hace poco celebramos el cumpleaños de mi brother fotógrafo y lo mejor fue hacer un paseo a Peñuelas, ese lago que muchos porteños sólo conocen por la ventana de los autos y las micros, cuando viajan a Chantiasco.
La llegada es bastante complicada ya que hay letreros en la ruta que anuncian Peñuelas, que es un mínimo caserío, y lo que uno verdaderamente busca es una reserva nacional.
Al final hay que pagar luca quinientos y uno tiene acceso a unas mesas y un lugar para hacer asados, con una vista espectacular, que me recuerda las postales que algunas vez el gráfico Tomate me envió desde Canadá.
El grupo comenzó a llegar desde las doce del día. Destapamos las tradicionales latitas de cerveza para comenzar la anestesia cerebral que estuvo acompañado de pollito, choripanes, carne y otras menudencias.
Los niños corrían por el pasto y visitaban la orilla del lago donde cientos de peces celebraban la crecida del agua.
Yo, insuflado por el quinto vaso de vino, agarré una pelota de fútbol y me transformé en un deportista amateur. Los niños lloraban de la risa, ya que agarraba el balón y no pasaban más de cinco segundos que estaba masticando pasto en el suelo. Mis pantalones quedaron verdes y recordé momentos de infancia, en que mi madre se apestaba porque tenía que sacar esa tintura verde de la ropa.
Después me tomé unos vasos de ron e invitamos a los niños a una excursión por el bosque de Peñuelas.
Para lo’s pequeños, que viven pegados a las pantallas, una aventura de este tipo es magnífica. Encontramos unos hongos gigantes, con un hoyo en el medio, que al tocarlos con un palo expulsaban una nube rojiza que invadía mágicamente el ambiente.
Cruzamos charcos y algunas acequias, nos perdimos, nos hicimos heridas con ramas secas, en el fondo fuimos muy felices.
Al retorno de la expedición me tenían un nuevo y refrescante vaso de ron. Eran las cinco de la tarde y el frío comenzó a bajar en el parque.
Nos retiramos con una gran sonrisota en la cara, con promesas de un pronto retorno ya que descubrimos que tenemos un paraíso a sólo 20 minutos de Valparaíso y no lo estábamos aprovechando para nada.

8.18.2008

Las antropólogas y Juana Fe


por Ajenjo


Estoy herido de guerra. No puedo apoyar mi pie derecho por los intensos ataques de gota, mi mente está dañada y mi cuerpo terriblemente resentido.
Las culpables de mi grave situación son cuatro jóvenes antropólogas santiaguinas, que llegaron este fin de semana para que les mostrara parte de la mítica bohemia porteña.
Me invitaron a un departamento a comer pizza, mientras me daban cerveza, vino, daiquiri (un trago de ron con jugo de frambuesa) y otros elíxires.
¿A dónde voy con cuatro antropólogas de 21 años?, me preguntaba mientras el calor de los licores recorría mis venas.
Mientras reflexionaba sonó mi celular. Era Dióscoro Rojas que me avisaba que el grupo Juana Fe, después de su actuación en el Teatro Municipal, se iría a carretear a su restaurante.
"Ya chiquillas, les tengo el tremendo panorama: serán las grupies de los músicos de Juana Fe". El grupo de bellas muchachas se rió a mandíbula batiente y partimos en una micro rumbo al Primer Ascensor a la Luna. En el bus las alcohólicas antropólogas sacaron una botella de plástico llena de ron y Coca Cola. "Es que hace mucho frío", me dijeron, mientras se empinaban el líquido.
Dióscoro estaba con algunos de los Juana Fe, quienes dichosos se pusieron a conversar con las jovenzuelas. Los músico salieron al escenario y todos cantábamos "lleve de lo bueno, lleve de lo bueno..."
Nos zampamos dos jarras de terremoto, ese combinado que actúa como un borrador neuronal y seguimos la fiesta en El Huevo, donde nos invitaron los músicos pachangueros.
Las antropólogas bailaban como si el mundo se fuera a acabar. Estábamos en una sala de música ochentera y yo encontré una barra donde me vendían los medios shop a mil pesos.
A las cinco de la mañana la fiesta paró. Yo bailaba reggaetón con dos de las antropólogas y retorné a mi casa sin sentir las heridas físicas y mentales que posteriormente me acosarían toda la semana.
Las antropólogas volvieron a a las 10 de la mañana a su departamento. Por lo que supe terminaron en un "after hour" e incluso unas hasta les robaron algunos besos a los Juana Fe.
Ahora estoy un poco arrepentido de haberme metido en la "juguera del carrete". Ya no tengo 21 años, pero tampoco tengo la capacidad para frenar las ganas de seguir la juerga . ¿Qué puedo hacer?


ajenjoverde@hotmail.com

8.11.2008

Los Fans de Ajenjo

Por Ajenjo

Estoy en mi casa... Perdón, comenzaré de nuevo. Estoy en el Moneda de Oro (mi verdadero hogar), sentado junto a mi brother oftalmólogo, cuando se acerca un joven a nuestra mesa.
“Perdón , ¿es usted Ajenjo?”
Lo miro algo extrañado y muevo la cabeza en forma de afirmación.
El muchacho extiende su mano y me pregunta si puede sentarse unos minutos con nosotros. Yo no le pongo ningún obstáculo, mientras él acomoda su silla y aprovecha de llamar a un socio que estaba sentado en una mesa vecina.
“Estamos tomando cola de mono ya que la recomendó tanto en su columna que siempre estamos leyendo”, me dice.
Le presento a mi brother médico, al que ya conocían literariamente. Ellos me explican que son estudiantes de sicología (parece) de la Universidad Arcis y que hace meses que querían llegar a este bar y conocerme personalmente.
Hablamos sobre el licor Ajenjo y sus propiedades y después comenzó un partido de fútbol y les pedimos a los muchachos que si podíamos interrumpir la conversa, ya que nosotros estábamos interesados en ver el encuentro.
Los jóvenes se despidieron y emigraron a su mesa a seguir bebiendo el lechoso licor, mientras nosotros levantábamos los vasos con ron y Coca Cola, como un signo de una incipiente amistad.
Los jóvenes se fueron del bar y se acercó el mozo Fernando, quien me explicó que los estudiantes habían llegado preguntando por Ajenjo, y él había decidió revelar mi identidad física cuando ingresé al local.
“Los jóvenes eran buena gente, pero a veces hay gente más penca, por lo tanto, si es que esto llega de nuevo a suceder, avísame antes de apuntarme con el dedo”, le digo en forma precavida, recordando los primeros años de esta columna, cuando la famosa dueña de una discoteca bisexual llegó hasta la redacción del diario, junto a un abogado, pidiendo que le revelaran la identidad de Ajenjo.
Obviamente nadie la pescó.
No puedo mentir y no puedo mentirles. Después que los jóvenes se retiraron, el ego que siempre estoy tratando a patadas y combos, me quedó un poco hinchado.
¡Pucha que es necesario que a veces sucedan este tipo de cosas ! Es que en este país lo malo te lo refriegan en la cara con placer, mientras los triunfos o las cosas buenas que suceden se integran a una envidia a enfermiza y galopante.
Vuelvan cabros al bar a conversar. Hay muchas cosas de que hablar y cientos de vasos de cerveza y ron que bajar.
¡Muchas gracias!


8.03.2008

No más cumpleaños


Por Ajenjo


“Chuata, se me olvido la torta”, me dice mi novia en el bar Moneda de Oro, donde estaba celebrando mi cumpleaños número 39 con mis mejores amigos, además de dos parrilladas llenas de chunchules, prietas y carnes de todo tipo.
Yo le puse cara de pena, ya que una cumpleaños sin pastel no tiene ninguna gracia, sin embargo, todo se solucionó con la creatividad del cocinero, quien en un gran pan amasado, decorado con ketchup, mayonesa y mostaza, puso algunas velitas, mientras me cantaban la tradicional musiquilla del festejado.
La mesa era larga y yo tenía que ir a sentarme con cada invitado, como un buen anfitrión, y meterle conversa. Mis amigos, como una ofrenda cumpleañera, me rellenaban mi vaso con sus rones, por lo tanto siempre el dorado licor cubano me acompañó gratamente en la noche.
La gente conversaba y conversaba mientras le hincaba el diente a su chunchules o a su pedazo de pollo. Algunos emitían brindis en mi honor, pero la modulación era bastante extraña. El dueño del bar, en un gesto muy hermoso, destapó una botella de champaña y la sirvió en copas, que alegraron todavía más la regada velada cumpleañera.
Al otro día, con los chunchules saltando sombre mi estómago y el ron, el vino y la champaña azotando mi cabeza con su recuerdo amargo, no valía ni un peso y me fui a Santiago, donde me esperaba otra celebración.
Aquí mi nueva suegra, con sus amigos brasileños, me prepararon una exquisita feijoada. El almuerzo empezó a las dos de la tarde y terminó a las dos de la mañana, mientras algunos bailaban cueca y otros realizaba una interesante exposición sobre Walt Disney y la mejor forma de cocinar huevos de pescado.
Al final de la semana ya no me podía mover y decididamente no quería más celebraciones, sólo descansar y comer zanahoria rallada fina.
Ahora, con el cuerpo sano y salvo, sueño con mi celebración de los 40 años. Una micro recogerá a los 36 invitados, quienes cantando odas a la alegría y felicidad eterna, se bajarán en un balneario costero, donde tomaremos vino en la playa y reiremos por horas. Luego el chofer nos traerá de vuelta a Valparaíso, donde la celebración seguirá y seguirá sin parar.
¿Llegaré a los 40? En realidad no lo sé, pero lo que verdaderamente me interesa ahora es prender la tele y sumergirme en las imágenes de “El Señor de la Querencia”, quien se ha convertido en mi sicópata admirado y preferido. ¿Lo invitaré a subirse a la micro?


ajenjoverde@hotmail.com