2.16.2007

Reflexiones sobre el buen gusto


por ajenjo

Me voy al cine en busca de un buen descanso visual y terminé metido en el Hoyts observando "Bienvenidas al Paraíso", donde cincuentonas norteamericanas hacen chupete a negros analfabetos de Haití, bajo la fiera dictadura de Duvalier, en los años setenta. Es el conocido "turismo sexual".
En mis viajes he podido observar cómo muchas personas salen en busca de sexo a lugares exóticos. En Amsterdam está el famoso Barrio Rojo y en Tánger los adolescentes homosexuales siguen a los turistas como si fueran verdaderos bistec con patas. El turismo sexual es donde se puede observar con mayor espanto las enormes diferencias sociales que marca el desarrollo y el subdesarrollo. Sólo basta con mirar dentro de Cuba para conocer esta triste realidad.

Pensando en estos temas pasé a tomarme unas cervezas frías al Moneda de Oro, que rematé con unos roncitos con coca cola que me motivaron para asistir a una fiesta de periodistas en La Piedra Feliz.
Ese famoso local porteño, que ya está inserto dentro del patrimonio bohemio de la ciudad, nunca me ha gustado. Siempre he dicho, en forma exagerada, que está repleto de sedientas secretarias separadas en busca de una pareja ocasional o un pololo que las saque de su desesperante e histérica soledad.

Sacándome los prejuicios llegue a un rincón conocido como el Salón Rojo, donde hermosos retratos de Gonzalo Ilabaca adornan las paredes. El cuadro de Alvaro de Valparaíso proyecta un atemorizante misterio.
Mientras me tomaba un ron, el cual tuve que aumentar de poder con mi petaquita de bolsillo, reflexionaba sobre mis prejuicios. Sin embargo hay algo en ese lugar que no me cuadra.
Pienso en lo que me dijo una de las Chicas Superpoderosas, que me señalaba que los ambientes no se hacen, sino que nacen. Por más que hagas tocar a grupos underground, por más que cuelgues pinturas de brillantes artistas, por más que lleves a los cantantes de izquierda y a los mejores bailaores de flamenco, en mis oídos resuena la voz de un negro haciendo clases de salsa a ebrias regordetas que miran con lujuria al moreno profesor.

La sencillez y delicadeza del Caruso. La amistad verdadera del Moneda de Oro. Las servilletas de género del Bar Inglés. Los canarios del Liberty. Los privados del Menzel. El causeo del San Carlos. La giganta del Renato. El Dióscoro y sus cuecas en El ascensor a la Luna.
Todas esas cosas no se compran con dinero.

ajenjoverde@hotmail.com

2.09.2007

Ciudad carnívora


por ajenjo

Siempre he dicho que Valparaíso es una ciudad que mata a sus propios habitantes. Para mi peculiar visión, es una urbe carnívora, que engulle a su pueblo a través de pasarelas, cornisas o edificios que se derrumban por estar literalmente podridos.
Fue así como a las 8.35 de la mañana de pasado sábado me llama una amiga para preguntar si estoy sano y salvo. "Se escuchó una gran explosión y me preocupé". Le agradecí su molestia y seguí durmiendo.
Decidí no involucrarme en este desastre y partí a un almuerzo con mi compadre Dióscoro Rojas y dos de sus hermanos. Los "brother" Rojas, todos de Lontué, son muy simpáticos y acogedores y entre cervezas y vinos contamos anécdotas y pelamos a la gallá política.
Dióscoro se contó la media historia con el tío Roberto Parra. "Una vez organizamos una peña y hubo como enredos de plata. El tío Roberto, azuzado por su hermano Lalo, me fue a reclamar y terminó poniéndome una pistola en la cabeza. Yo nunca supe si era de verdad o de mentira pero le dije. Atrévete a disparar chuchetumare..."
Junto a mi novia, y todavía riéndonos de la historia del Dióscoro, enfilamos a Viña del Mar, a un recital de grupos rock en el Estadio Sausalito. Nos habíamos conseguido unas credenciales y como era temprano fuimos a beber unas cervezas al mall.
Conocí lo que se llama un rocket. Es un tubo lleno de cerveza con un tubo más pequeño en su interior con hielo. Tiene una llave y siempre estás sacando líquido heladito. Deben se como dos litros y medio. Me lo zampé con mi mujer y quedamos bastante dañados.
Llegué al Sausalito y en el recital habían cuatro gatos. Los mexicanos de Plastilina Mosh dieron vergüenza. Sinergia estuvo excelente y su vocalista, vestido de novio, lanzó hasta un ramo mientras cantaba lo que ahora es mi himno diario contra las mujeres: "te enojai por todo, te enojai por todo".
Yo quería ver a Calle 13 y su canción que dice: "Señorita intelectual, ya se que tienes el área abdominal que va a explotar, como fiesta patronal, que va a explotar, como palestino.". Sin embargo antes saldrían Babasónicos y su vocalista con pinta de rata humana me da, por decir lo menos, asco. Decidí irme para la casa.
El domingo, mientras todo el mundo comentaba el derrumbe de calle Serrano, me fui al cine a ver "Mi amor de verano". Una historia de chicas lesbianas para pasar el rato.
Después saqué cinco lucas y le aposté todo a París Troya en el Derby 2007.
Me fue como las reverendas.
Mala suerte en el juego, buena suerte en el amor.

ajenjoverde@hotmail.com

2.02.2007

Mi muñeca gigante




“Tengo el cráneo trizado por los golpes de mi imaginación”.
Vicente Huidobro



Estoy en la calle Monjitas, en Chantiasco (fusión de las palabras chanta y asco) esperando que aparezca la famosa muñeca gigante del grupo de teatro Royal de Luxe.
A estos chicos franceses los conozco desde hace años, cuando montaron en un liceo del cerro Cárcel la obra Cuentos negros, e inmediatamente percibí genialidad absoluta en cada uno de sus integrantes.
Recuerdo ver salir a Jean Luc, el director de la compañía, bastante borracho del Cinzano, con su nariz roja y sus lentes tipo Allende maquinando en su cerebro más fantasías impactantes.
Tengo imágenes grabadas de Carmen Corena y Pollito cantando el chipichipi antes que empezara la obra. El público aplaudía contento y quedaba calientito para el show.
Ahora estoy con mi hijo sobre mis hombros y mi novia esperando el paso de la pequeña giganta.
¡Ahí viene, ahí viene!, fueron los primeros gritos. La muñeca y sus operadores liliputienses se acercaba a toda velocidad, mientras la giganta comía una paleta de helado de más de un metro.
Cuando pasó a escasos centímetros de nosotros, las lágrimas tomaron por asalto mis ojos. Era algo único e impresionante.
Los liliputienses con sus trajes rojos y su paso marcial teatral era más que hermoso. Ellos sabían que estaban moviendo no sólo un gran pedazo de madera, sino que también la imaginación y los sentimientos de miles de seres humanos.
La vimos no más de cinco minutos, antes que la masa, inyectada de ansiedad y ciega de emoción, tratara de aplastarnos.
El domingo salimos en busca del gran final. Llegamos a Plaza Italia y quedamos justo en la parte de atrás. Una gran jaula que tenía tatuado el nombre de Valparaíso era parte del montaje.
Tuvimos que correr por calles paralelas en el intento de encontrar un espacio para mirar. Un conserje calvo salió de un edificio y nos gritaba: “lleven sus peinetas cabros pa que peinen a la muñeca”. Otros le contestaron “güena pelado, los decís porque vos no ocupai peineta”.
Entre risas llegamos al frontis de la Biblioteca Nacional. Con ese gran edificio de fondo me despedí de mi giganta, mientras me acariciaba mi cráneo, lleno de trizaduras, por los implacables golpes de mi imaginación.

ajenjoverde@hotmail.com