1.26.2006

Ostracismo veraniego


Nuevamente me estoy paseando por los jardines del Valparaíso Sporting Club en la Gala del Vino de Viña del Mar, evento que reúne a lo más granado de los amantes de los mostos y a uno que otro borrachito que quiere saborear los tintos reservados hasta quedar literalmente tirado.
¿A qué grupo perteneceré? me autointerrogo, mientras mi garganta comienza a recibir caldos exquisitos a diestra y siniestra.
Mi brother me acompaña fielmente y me sugiere comer unas ostras que un restaurante santiaguino ofrecía en medio del evento. Nos embutimos 25 moluscos con generosas copas de champaña y quedamos bastante felices y con un blindaje estomacal que nos permitió seguir catando más y más vinito.
Exactamente a la medianoche se escuchó por los parlantes del hipódromo una sana advertencia: “el evento ha finalizado”. En buen chileno esto podría haberse traducido en: “cabros, el copete se acabó y si quieren seguir chupando váyanse pa’otro lado”.
Como curados obedientes marchamos de la Gala del Vino rumbo a Valparaíso. En un momento inesperado se desplegó ante nuestros ojos el nuevo Sheraton Miramar y pensamos, casi en forma conjunta, que el bar del nuevo recinto merecía una visita.
Llegamos hasta una barra luminosa, donde un espectacular cuadro del pintor Gonzalo Ilabaca gobernaba el ambiente.
“¿Cómo se llama el trago que toma James Bond en las películas?”, le dijo mi brother al barman, que no tenía ningún pelo en su cabeza y la luz rebotaba en su calva en forma acorde al recinto.
“Dry Martini”, respondió secamente. Nos sirvió dos de esa fuerte mezcla con base de vodka en copas aconadas y la aceituna verde en el fondo. Conversamos sobre temas que exclusivamente se tratan en las barras de los bares: mujeres, mujeres y mujeres.
Fuimos por una segunda ronda y yo, con un ataque memorial producto de lo ingerido, comencé a llamar por teléfono celular a Pedro, Juan y Diego. Los que me constestaron no entendieron mucho, pero bueno, nada nuevo bajo el sol veraniego.
Salimos del flamante hotel guiados por la bella luz que alumbra a los niños, a los borrachos y a la gente de buena voluntad que pisa esta tierra extraña.
En mi casa preparé un pisco sour para rematar una noche redonda. De aquí para adelante la cosa se hace confusa y es mejor no seguir relatando por respeto a los lectores. Nadie quiere leer sobre fluidos humanos involuntarios.
Había pasado una nueva Gala del Vino, había conocido el bar del Miramar y había sobrevivido. Ahora, con mi hígado del tamaño de mis ojeras, sólo me queda decir: “gracias, corazón, por seguir latiendo”.

ajenjoverde@hotmail.com

1.23.2006

Abro Paréntesis

"Es bueno confiar en las decisiones que uno toma. Es sano".
Gus, en la película "Paréntesis".


Nuevamente fui a votar en segunda vuelta acompañado de mi hijo y como estoy inscrito en Viña del Mar tuve que mamarme toda la Subida Sausalito con el crío sobre los hombros.Llegué a la mesa bastante agotado y les dije a los vocales que mi número de inscripción era el 120.
“¿120 dos o tres medallas?”, me respondió el presidente de la mesa. Pongo cara de orgullo y le digo “medalla real no más” y todos se largan a reír.
Al final le entintaron el pulgar a mi hijo, quien quedó con ataque de histeria ya que es el dedo que se chupa todas las noches y lo cuida como “hueso de santo”.
El pequeñín se fue y mi brother me invitó a su departamento en Recreo a celebrar los resultados y destapó un rosé heladito que lo bebimos en el balcón, escuchando la radio Cooperativa, como en los viejos tiempos.
Algunos bocinazos removían la tranquila tarde dominguera y cuando salió la Bachelet a realizar su discurso como Presidenta electa, mi brother sacó un whisky JB y empezamos a matar el botellón lentamente.
Eran como las 10 de la noche y un llamado de una Chica Superpoderosa nos movilizó a Valparaíso, donde siguió la juerga electoral con copas de vino y análisis políticos bastante extremos.
Un curadito gritaba que el discurso de la candidata había estado muy frío. Algunos lo increparon diciéndole que ya estaba criticando y “eso que todavía ni se ponía la banda presidencial”. El borrachín se enojó y señaló que quería “un presidente que legalizara el matrimonio homosexual” y otras ideas bastante radicales. Al final fue expulsado y en el aire quedó el rumor de que al compañero, con los copetes, se le apagaba el piloto del califont.
Al otro día, y siempre me pasa lo mismo post elecciones, pienso que voy a salir y el aire estará diferente, sin embargo nunca pasa nada y la vida sigue exactamente igual.
Prometí no beber las siguientes 24 horas para recuperarme del carrete electoral y de la visita de Los Patogallina, quienes habían montado una intervención urbana en la Plaza Sotomayor.
Decidí ir a ver “Las Crónicas de Narnia” y salí bastante conforme del cine. Sabía que no podría dormir fácilmente y me dirigí al Blockbuster donde recogí una grata sorpresa que me llenó de emoción y me gustó muchísimo: “Paréntesis”..
Hacía meses que no veía una película chilena con un guión tan bueno, donde mostraran el drama de las relaciones humanas y amorosas de forma tan delicada y verdadera.
A veces quiero un gran paréntesis en mi vida. Un paréntesis bien largo, donde se apaguen todos los sonidos molestos y sólo queden los rostros de las personas que amo. Siento que ese paréntesis ya viene, se avecina en forma implacable y violenta y tiene forma de un viaje

ajenjoverde@hotmail.com

1.13.2006

Gusanos de "Tevo"


Estoy en la barra del Poblenou, en la calle Urriola, un local totalmente europeo que vende cervezas chicas a mil pesos y bocadillos exquisitos para lo más granado del turismo gringo y los pocos porteños que se atreven a entrar.
El restaurante es bien pequeño y bastante acogedor, especialmente por las bellas chicas que atienden ataviadas con delantales negros muy ajustados.
Aburro a mi brother con mis problemas personales, pero también lo entretengo con una historia que tiene como protagonista al cineasta viñamarino Tevo Díaz, quien dejó Miami y anda nuevamente recorriendo las calles de la región.
Estaba en el Moneda de Oro bebiendo un fuerte ron con Coca Cola cuando veo que Tevo entra con un amigo. Me levanto para saludarlo y preguntarle por sus aventuras gringas. Nos reímos bastante y decidimos partir a mi casa a bajarnos una botella de whisky que reposaba tranquilamente desde el Año Nuevo en el refrigerador.

Ahí recordamos que cuando chico le habíamos puesto "El aguja hipodérmica", mientras tratábamos de entrar a un recital de Upa en el gimnasio de la Universidad Católica.
Desde pequeño se fue transformando en una especie de mito, que tiene su punto final cuando emula al loco poeta Juan Luis Martínez viajando en motoneta en su documental "Señales de Ruta".
Cuando lo presentó en el Festival de Cine de Valparaíso salimos bastante dañados del cóctel inaugural. Ahí obligó a su novia ocasional a besarme en la boca, en uno de sus raros actos sexuales que muy pocos comprenden.
En realidad Tevo Díaz no se ajusta a la comprensión de la normalidad humana y sólo basta recordar que vivió con Pedro Lemebel, con quienes armaban unos performance donde se sacaba sangre con una jeringa y después la lanzaba al rostro de Pinochet que estaba siendo proyectado en diapositivas.
La noche en el Moneda de Oro estaba vestido con una polera con el martillo y la hoz estampado en su frente. Hablaba sobre sus proyectos y su vida. Al final, en mi casa, se retiró enojado gritando que yo "parecía ser un militante de la UDI".

En realidad era su mente extrema y el whisky que le estaban jugando una mala pasada, ya que al final cada uno hace lo que le dicta su conciencia, por más rara y confusa que sea.
Mi amigo, que también conoció a Tevo Díaz en su adolescencia y juventud se ríe de las historias y señala que "árbol que nace torcido jamás su tronco endereza".
Al final reflexiono duramente sobre la consecuencia del artista con su obra. Tevo Díaz ha surfeado toda su existencia con el extremo de la realidad, jugando con ella como si fuera un elástico de billetes.
Sin duda que es un tipo consecuente. A lo mejor, demasiado consecuente.
ajenjoverde@hotmail.com

1.06.2006

El Hacha

En los momentos en que los lectores posen su vista en esta columna, mi novia Jacobé estará cruzando el Gran Charco y aterrizando nuevamente en Barcelona para seguir con su magister, mientras yo me quedo aquí en Valparaíso con mi dolor de ausencia y un hachazo de padre y señor mío, producto de las malditas fiestas de fin de año.
Los carretes son innumerables, por lo tanto nos concentraremos en lo que sucedió el 31 de diciembre. Ese peculiar día me desperté con un cañazo infernal producto de la excesiva ingesta de colemono con canela en los privados del Menzel y unas cervezas en una fuente de soda llamada Le Bagons (o algo así), ubicada en Pedro Montt . La tele cerebral comenzó a oscurecerse y realmente no puedo acordarme dónde siguió la parranda de término del Carnaval Cultural.
Anduve todo el 31 tomando jugo y pidiendo perdón, además de mentalizarme para enfrentar con buena cara el momento en que el reloj marcara las doce de la noche.
Una amiga que trabaja en el Consejo Nacional de la Cultura me invitó a pasar el Año Nuevo en la terraza del antiguo edificio de Correos. Después de cenar salmón relleno, con Jacobé partimos volando hasta el antiguo y remodelado recinto. Llegamos 10 minutos antes de que comenzaran los abrazos y unos vodka con Dark Dog lograron equilibrar mi vapuleado espíritu.
Nos abrazamos con los amigos de mi novia y partimos a una fiesta en el Terminal de Cruceros que nos había costado doce lucas. La gran movida del evento era su "barra libre ". Llegamos como a la 01.30 y logré abastecerme con un vodka con naranjita. A la hora siguiente era imposible obtener otro trago, salvo que te agarraras a garabatos con decenas de personas, incluyendo los pocos barman que atendían a la sedienta jauría. La fiesta, en conclusión, fue un verdadero fiasco y jamás hay que creer en las "barras libres".
La joyita de la fiesta era la carpa supuestamente electrónica, donde dos hip hoperos sacados de La Legua entonaban versos desafinados y sin gracia.
Jacobé me agarró de un ala y partimos al Cinzano, donde nos encontramos con nuestra verdadera esencia y bailamos bien apretaditos "En Mejillones yo tuve un amor...", que Carmencita Corena cantaba con su bella voz.
Ahí el barman Rodolfo me sirvió dos potentes vodka naranja, ya que no quería cambiar el switch alcohólico y la alegría me volvió al cuerpo. Había resucitado en mi Valparaíso querido, con mi gente querida, en un lugar cariñoso, amable, pero algo caro para emborracharse.
A las siete de la mañana salimos del local. El sol ya se desplegaba anunciando el primer día del año y las calles porteñas eran un espejo de las películas de George A. Romero.
Ahora me he quedado bastante solo y mi más fiel compañera, la resaca, acaricia mis neuronas y me incita a creer que el tiempo pasará volando. No me queda más opción que hacerle caso.

ajenjoverde@hotmail.com

1.02.2006

Cárcel y matrimonio


El famoso travesti Zuliana, junto a un grupo de amigos y amigas e integrantes del Conasida, celebran el fin de año en el Cinzano.
Son las nueve de la noche y el curioso colectivo de hombres con trajes de mujeres está bastante alegre. Bailan tango entre ellos, mientras el cantante Manuel Fuentealba los mira con curiosidad
y se rompe la garganta entonando "Volver".
Yo, junto a mi novia Jacobé, miramos la escena desde la barra y nos reímos ya que Buenos Aires es la ciudad invitada a los Carnavales Culturales y en uno de los bares más famosos de la
ciudad, dos travestidos se mandan el mejor espectáculo de esa
erótica danza urbana.
Al retornar a mi casa me encuentro con un paquete lleno de regalos navideños atrasados. Unas esposas recubiertas con felpa para no dañar las muñecas, un libro fotográfico sobre la historia del cine erótico, decenas de postales de Dalí, entre otras rarezas, eran parte del material que mi chica había logrado recolectar
en sus andanzas por Amsterdam y otras ciudades europeas.
Fuimos a la inauguración de los Carnavales Culturales, pero por no contar con la guía de actividades, llegamos muy temprano a la Plaza Sotomayor. Nos acompañaba mi hijo y terminamos en el
bar "Liberty", haciendo hora para escuchar a la Bandalismo.
El bar, como siempre, estaba lleno de los viejitos buenos para el vinagrillo barato. Había uno que tiritaba entero y que para poder ir al baño tenía que usar un andador. Los curaditos se
acercaban al niño y le tocaban el pelo. A mí me picaba el cuerpo, mientras que Jacobé se entristecía por el estado de los ancianos.
Después de tirar challa, bajarse unas latas de cerveza y observar un baile nortino, partimos hacia la calma hogareña. En el camino nos encontramos con Papito, el ex reo más famoso de Chile y que
actualmente es un artista de tomo y lomo de Valparaíso.
Papito toma aire, me queda mirando a los ojos, y me dice: "¡Choro, me caso en enero!" Nos abrazamos emocionados en la calle, mientras lo felicito efusivamente. Me cuenta que está planificando hacer
una fiesta en el centro cultural de la Ex Cárcel, donde trabaja desde hace años. Le propongo pasar unas diapositivas y pegarme una buena recitada como regalo de bodas.
Me imagino cómo será ese casamiento. Seguramente su amigo y transformista Alejandro Cid realizará esos shows inolvidables que hacen retroceder
al público al París de 1944. También llegarán sus antiguos compañeros de celda y toda la juventud que lo sigue como un extraño chamán urbano. El evento se pronostica bastante distorsionado y seguramente dará que hablar en las páginas sociales de la locura porteña.
Ahora me preparo para ir al Rockódromo, la actividad que más me gusta de estos Carnavales Culturales. Escuchar buena música al aire libre, con el solcito pegándote en la cara es algo que se agradece en estos tiempos de reggaetón y Kudai.
Al final "pasan los años, pasan los días y nos vamos poniendo tecnos" y uno, por porfía y buen gusto, siempre será siendo un inmaduro y feliz rockero.