10.25.2006

Casi un sueño



Voy caminando junto a mi novia por la larga playa Las Machas de Maitencillo. El sol está a punto de esconderse para mostrar el mítico rayo verde, que permite obtener algunos deseos a los bienaventurados que logren alcanzarlo con sus ojos.
A lo lejos observo unas pequeñas luces en la arena. Decidimos, como buenos animales curiosos, acercarnos para saber qué ocurría. Las luces eran pequeñas antorchas y una suave música empezó a invadir el espacio.
"¿Será una misa en la playa?", me preguntaba mi chica. Muevo la cabeza bajo el signo de la incertidumbre y camino como si estuviera hipnotizado.
Al llegar al grupo no lo podía creer. Una pequeña orquesta de música clásica, integrada por niños, tocaba "El cigarrito" del gran Víctor Jara. Había violines, contrabajos, un órgano, trompetas y todo lo necesario para ejecutar bellos sonidos. Unas 30 personas miraban el concierto, mientras el sol ya dejaba de existir.
Me senté en la arena, frente a la directora, que era una hermosa rubia que dirigía con pasión a sus infantes músicos.
"Ahora tocaremos del famoso grupo Los Jaivas el tema 'Sube a nacer conmigo hermano'". Ahí tomé con fuerzas la mano de mi novia, cerré los ojos y me invadió una de esas emociones poderosas donde la tristeza y la alegría se amalgaman en algo caótico e incontrolado. Quería llorar y apenas tragaba saliva.
"Esto está muy bonito", me decía mi novia. No podía contestarle ya que las lágrimas, apretadas como el champaña a punto de ser descorchado, podían salir disparadas si abría mi boca. ¿Por qué no podremos llorar libremente? ¿Por qué le tendremos vergüenza al agua salada que vive en los ojos?
El concierto terminó con "Nueva York", de Frank Sinatra, y con todos los músicos, incluída la directora, bailando y riéndose en la arena. Contaron que eran un grupo de Quillota, que había partido como un juego, pero que gracias a la pasión y el esfuerzo de sus integrantes, se habían convertido en niños profesionales de la música.
Al otro día llevé mi brother médico y a su novia a observar el concierto. Aproveché a meter una botella de ron añejo en un bolso y una coca cola, para poder realizar esa dulce mezcla. La sorpresa y la emoción no fue la misma, sin embargo todavía quedaban rastros del poder de la música.
Decidimos celebrar el hallazgo en el restaurante La Canasta, ubicado en la calle principal de Maitencillo. El lugar era, por decir lo menos, encantador. Había cascadas de agua y un ambiente cuicón hippie muy relajador.
Pedí una michelada, que era un vaso largo con un pichintún de tequila, cerveza y jugo de limón y comimos una tortilla y una pequeña pizza, ya que la cuestión no era muy barata.
Después dormí durante varias horas bajo el implacable recuerdo de lo escuchado. No había visto el rayo verde, pero me había encontrado con un sueño real y eso ya es mucho pedir.

ajenjoverde@hotmail.com

10.16.2006

Un loro en Los Andes


Estoy escribiendo este texto desde un cibercafé en Mendoza. Hace diez años que trabajo en el diario y por primera vez me mandaron a una visita al extranjero. La idea me emocionaba, más aún porque teníamos que cruzar la mítica Cordillera de los Andes en un minibus, junto a un grupo de colegas que también viajaban a esta fome ciudad trasandina.
El mini bus había que abordarlo afuera de la Intendencia Regional. El periodista a cargo pensó que era mejor que almorzáramos en el Moneda de Oro, ya que así tendríamos menos paradas en el camino. El grupo estaba conformado por los periodistas de TVN y de UCV y sus respectivos camarógrafos, el reportero del Mercurio, el periodista institucional y quien escribe, además del simpático, amable y paciente chofer. Para asombro de mis colegas, me almorcé una botella de colemono y una empanada camarón queso, lo que me dejó bastante chispeado. Ellos bebieron cervezas y me interrogaron sobre mi adictivo gusto al lechoso licor.
Ya arriba del minibus comenzaron las conversaciones que se tienen entre puros hombres: mujeres, alcohol, mujeres, algo de política, mujeres, pelambre de autoridades varias, mujeres, gastronomía y vinos, mujeres y mujeres.
El calor que empezaba a dañarnos antes de llegar a Los Andes logró que convenciéramos al periodista institucional de realizar una parada. Creo que la localidad era Panquehue y el restaurante era un humilde recinto especializado en el jabalí. ¿Se imaginan un restaurante con mantel de plástico y una garzona gordita y crespita, que ofrece un filete de jabalí con puré picante? Bueno, así están las cosas en esta rara y hermosa franja de tierra llamada Chile.
El sediento grupo sólo quería beber y, pronosticando que ya no pararíamos más, me lancé una piscolita para amenizar la tarde y la conversación entre mis compañeros. Ahí tome la guaripola de la charla. Hablé, hablé y hablé hasta que alguien dijo: "¿Por qué no te quedas callado un ratito, ya que no tienes hinchadas las neuronas?". Tenían razón, ya que había contado chistes, hablado sobre las intimidades más profundas de mi vida, además de disertar sobre sociología, religión y misticismo extremo.
Comenzó la distorsionada subida Caracoles. Apareció la nieve y los túneles, el Hotel Portillo y el fin de Chile. Yo trataba de dormir, pero mi lengua inquieta y alcohólica seguía con ganas de tener una oreja amiga.
A la medianoche recién habíamos llegado a Uspallata, un pueblo donde me comí el primer bife de lomo. Tomamos unas cervezas y seguimos hasta llegar a Mendoza, donde al final quedé durmiendo en una cama de media plaza y un calor insoportable y pegajoso.
A la espera de los actos oficiales fui a unas librerías. Compré "El libro de Caín", de Alexander Trocchi, y otros filetes. Seguí tomando cervecita Quilmes sentado en una de las veredas de la ciudad, mientras el periodista institucional me decía que diéramos una vuelta por el casino antes de ir a conocer unas viñas.
¡Harto fomeca Mendoza! Ahora entiendo por qué durante decenas de veranos los argentinos llegaban hasta nuestras playas a quitarnos nuestras pololas. Las chilenas serán más feítas, pero están insertas en un pueblo mucho más entretenido y bello geográficamente.
¡Viva Valparaíso, mierda!

ajenjoverde@hotmail.com