11.25.2005

Felicidad electrónica


A los organizadores de Earthdance 2005

Hay experiencias en la vida que a uno lo dejan pegado, transmitiendo
durante días y pensando en el dulce recuerdo de un pasado hermoso.
Así estoy después de haber vivido junto a mi hijo Earthdance
2005, una fiesta de tres días de duración, donde la música electrónica
resonó sin parar en medio de un paradisíaco bosque con río incluido
y con gente muy loca y buena onda.

Había participado antes de fiestas que duraban toda una noche
y más, sin embargo estar 72 horas bajo el hipnotizador sonido
electrónico es bastante raro y convierte la experiencia en algo
alienígena, muy diferente a todo lo que uno está a-costumbrado.

Salimos el viernes en la tarde desde mi casa. Yo parecía un ekeko:
mochila llena de comida adelante, mochila con dos sacos de dormir
y ropa en la espalda, una carpa en la mano izquierda y la manito
de mi hijo en la otra. Así llegué a Santiago, tomé un metro,
atravesé el Persa Estación Central y logré ubicarme en la micro
que se dirigía hacia Isla de Maipo. Estaba reventado y mi espalda
se cuestionaba si valía la pena tanto sacrificio.

Atravesamos Calera de Tango y Lonquén, ese mítico lugar donde
en la década del 70 aparecieron los primeros ejecutados políticos
en un horno. Después apareció Isla de Maipo, que era un pueblito
como gobernado por Los Quincheros y finalmente el cruce hacia
Earthdance.

Caminé 500 metros y me pidieron la entrada, que me había costado
21.600 pesos, varias veces en el camino. Después el ticket fue
cortado y me dieron una pulsera de papel plástico y colores fosforescentes,
bajo la estricta advertencia de que tenía que tenerla puesta
los tres días. Pasé la revisión de mochilas rápidamente ya que
le dije al guardia: "vengo con un niño". La frase me abrió las
puertas de seguridad y el vodka Stolichnaya metido en el saco
respiró tranquilo.

La música ya se escuchaba fuerte. Cientos de carpas se extendían
por un bosque. Atravesamos un par de puentes y encontramos nuestro
sitio, al lado de un riachuelo. El lugar era perfecto para acampar,
sin zancudos y con el piso lleno de una capa de blando pastito.
La ansiedad me hizo levantar el iglú en cinco segundos y partí
a recorrer el área. Primero entramos al escenario principal,
que era una burbuja blanca gigante en un prado verde. Eran las
siete de la tarde y unos 500 jóvenes danzaban totalmente transportados
por el sonido. Mi hijo, tapándose los oídos, me reclamó la violencia
de los parlantes. Ahí saqué mis tapones de silicona y se los
puse en cada oreja. Su cara cambió. Había aprendido ese truco
en 1998, en una fiesta rave en Zurich, con 500 mil personas.
Todos llevaban esos taponcitos de colores.

Seguimos caminando y llegamos a una carpa llamada "hongos mágicos".
Ahí podías fumar tabacos de sabores extraños en pipas árabes.
Todos los jóvenes descansaban en sillones de moderno diseño y
en sus ojos había una profundidad misteriosa, abisal, ya conocida.
Había un restaurante liderado por los Hare Krishna y otro donde
almorzaba merluza frita con ensalada por tres luquitas. Las piscinas
eran espectaculares, ya que 2 eran con agua natural del río.
Mi hijo tenía una piscina para él solo y se bañó hasta quedar
con sus palmas arrugadas durante los tres días. También estaba
la sección "el mundo de los niños", donde había surtidores de
agua y juegos.

En las tardes podías optar por masajes, reiki y otras cosas esotéricas
que no me interesaban. En las noches nos acostábamos temprano
y el suelo retumbaba con el poder de los parlantes. Los tapones
y el vodka me permitían invocar a Morfeo.

Una de las imágenes que más tengo incrustada en mis neuronas
es la presencia de una jovencita. En su espalda tenía tatuadas
dos alas negras, tremendas, impactantes. "Mira papá, es un ángel".
"Sí", le contesté a mi hijo, asumiendo que me encontraba en un
cielo infernal, lleno de gente ultra tolerante y tranquila. Pensé
en tatuarme dos alas y convertirme también en un ángel rebelde.

El domingo llegaron los bomberos y con sus mangueras mojaron
a los danzantes. Mi hijo bailaba contento y lo pude ver tan feliz,
que las lágrimas de alegría se me camuflaron con el sudor y el
agua.
La fiesta había terminado.

ajenjoverde@hotmail.com

11.21.2005

Camino al baile de la tierra


"Llueve sobre la ciudad, porque te fuiste ya no queda nada más. Llueve sobre la ciudad y te perdiste junto a mi felicidad"
Los Bunker

Armar una carpa dentro de una casa es algo extraño, pero es el
único método que tengo para probar que el iglú tenga todas sus
piezas: cordeles, fierritos, varas y ningún orificio extraño.
Tengo que asegurarme que soy capaz de armarla sólo con la ayuda
de mi hijo de cinco años, quien será mi acompañante en Earthdance,
una fiesta por la paz mundial y la música electrónica de tres
días de duración en la Isla de Maipo, en Santiago.

Esta es como la octava versión de esta curiosa fiesta que parte
hoy y es la primera vez que asisto. Sólo tengo algunas versiones
distorsionadas de amigas que han participado, además de la página
web (www.earthdance.cl) que muestra un lugar bastante paradisíaco.
Sólo la idea de acampar para mí ya es bastante freak. El tener
que dormir en un lugar sin televisión, videograbadora y dvd,
será una experiencia casi traumática para mi hijo y yo. Pienso
que a las diez de la noche caeremos en una crisis epiléptica.
Ojalá que no y estoy seguro que los organizadores de la fiesta
deben tener entretenciones visuales para los adictos a los rayos
catódicos.

Siempre las experiencias de campamento son divertidas. En la
juventud están asociadas a la libertad absoluta, sin padres,
sin profesores. Sólo los amigos y las amigas.
Durante varios años acampé en Bahía Inglesa, donde la playa Las
Machas nos acogía cariñosamente sin pagar un peso. Nuestra época
preferida eran las vacaciones de invierno. Armábamos la endeble
casa y nos largábamos a carretear por horas. Llegaban santiaguinas
de otras carpas y con guitarra en mano y decenas de botellas
de cerveza, vino y pisco, la noche se hacía eterna. Eramos hippies
que podíamos cantar una canción de Silvio Rodríguez, Sui Generis,
Slayer y Ozzy, sin caer en ninguna contradicción vital.

Uno de los problemas más frecuentes de la carpa es el baño. En
Bahía Inglesa ocupábamos el del camping oficial. Entrábamos por
la puerta principal, toalla y caluga de shampoo en una mano,
y con cara de que éramos turistas que acampábamos en ese caro
lugar, nos duchábamos y usábamos la querida taza del water.

En el colegio, y asistiendo a unos campamentos de formación en
Colliguay, la situación se tornaba más compleja. Había que hacer
las necesidades básicas en letrinas inmundas o a campo traviesa.
Una vez nos escondimos en la letrina y le tomamos fotos a todos
los compañeros en cuclillas. Los curitas, que sobrevigilaban
el campamento, me quitaron y velaron el rollo de la cámara.
Otra noche de broma salimos y a la carpa del frente le cortamos
todos los vientos. Se vino al suelo, mientras cinco amigos dormían
plácidamente. Durante varios días mantuvimos el secreto hasta
que una de las víctimas se vengó radicalmente. Nos levantamos
y nos encontramos con una bola de caca en la entrada. Los chistositos
habían ocupado de letrina la puerta y como la carpa era mía,
tuve que limpiar rodeado de risas y vergüenza.

Ahora, después de muchos años, vuelvo a acampar. Ahora con un
hijo, más cansado, más carreteado; pero con mucha más experiencia
que la gran mayoría de jovencitos y jovencitas que estarán bailando
frenética y compulsivamente por tres días.

ajenjoverde@hotmail.com

11.14.2005

Miserablemente punk


"Es mejor quemarse que disolverse lentamente"
Kurt Cobain

Estoy en el restaurante y pensión "Mi Casa", ubicado a escasos metros del terminal de buses de Valparaíso. El local todavía mantiene toda la bohemia y dignidad de los antiguos bares, salvo por un gigantesco wurlitzer que por 200 pesos toca desde Pearl Jam hasta las mejores rancheras.
Me estoy bajando una jarra de vino blanco garrafero con chirimoya, esa exquisita fruta que logra nutrir al mosto albo de un sabor dulce y único. La conversa está buena y el tiempo pasa suave, sin hacerse notar. Deben ser las seis de la tarde y la brisa primaveral acomoda más el ambiente.
Estamos esperando el momento exacto para entrar al "Pánico Rock Festival", evento que trajo a la ciudad a Los Miserables, grupo de cabecera de la década de los '90, que nos hizo conocer el punk verdadero y comprometido. En la universidad traficamos sus primeros casetes, especialmente uno llamado "Pisagua", que en
su tapa mostraba uno de los rostros calavéricos que aparecieron en las fosas del desierto.
Antes de llegar a la puerta de un antiguo galpón del Muelle Barón, me compro una petaca de ron Bacardi dorado para ingresarla clandestinamente al recinto, ya que es recontra sabido que en las tocatas punk no se vende alcohol, a menos que se quiera ver la destrucción del local. La revisión del público, de parte de guardias privados, está al máximo, sin embargo y gracias a mis años de experiencia, logro pasar la bebida cubana en medio de mis pantalones.
El recital se observa bastante bueno y empiezo a encontrarme con rostros conocidos, que en su mayoría tienen diez y hasta veinte años menos que yo. No se ven muchos punkies con sus pelos parados, ya que han sido sobrepasados por una nueva estirpe: los ska. Estos chicos sí tienen una onda especial. Se visten con sombreros
de la década del '50, camisas negras, suspensores, chaqueta y pantalón formal, además de zapatos negros ultra brillantes. Parecen un ejército de Al Capone, que se mueve al ritmo sincopado de la música. Me imagino qué pensarán sus padres cuando los ven salir: "Gracias a Dios, mi hijo es super formal y seguramente se dirige a un baile con niñas bien". Las pinzas, ya que los loquitos son los que más se desordenan, demostrando que la piel
no hace al lobo y que la lana no te convierte en oveja.
El animador anuncia a Los Miserables y los músicos santiaguinos se toman el escenario. Uno de los enfervorizados muchachos grita "¡muerte a Bachelet!", mientras otro amigo lo mira con curiosidad
y le dice: "¿no era muerte a Pinochet?" .
El vocalista de Los Miserables es todo un ser freak. Sufre un extraño mal que lo mantiene como un hombre de otra dimensión. Sólo verlo cantar vale las tres lucas de la entrada. Lamentablemente, el sonido era pésimo, ya que el recinto no tenía ninguna arquitectura acústica y no se entendía nada de lo que gritaban los poderosos
artistas. Ahí empecé a darme cuenta de que, aunque los años pasen, exista democracia, las tocatas sean más profesionales y más organizadas; todavía siguen metiéndole el dedo en la boca a los jovencitos.
No es posible que un grupo que tiene un mensaje vocal tan profundo y extremo, no tenga una amplificación decente.
Después que Los Miserables terminan su show, me dan ganas de retirarme, pero faltaban como cuatro grupos más. Me quedo unos minutos viendo a un vocalista flaco, crespo y totalmente ebrio, que se mueve como saltimbanqui sobre el escenario, mientras sus amigos rasguean guitarras y bajos.
Ahí los años se me vinieron encima y vi mi cama calientita, la tele y un néctar de durazno y me fui cantando: "quiero punk, quiero una pausa, quizás morir de amor en tu mirada..."

ajenjoverde@hotmail.com

11.07.2005

Deconstruyendo Halloween


"No es lo que soy por dentro, sino lo que hago me define como
hombre". ("Batman inicia")



Son las nueve de la noche y la calle Almirante Montt, en el cerro
Alegre, está llena de diablillos, dráculas enanos y muchos fantasmas.
Me encierro en mi casa junto a mi hijo de cinco años, a quien
le diseñé en el rostro una calavera a lo Marilyn Manson, para
que recibiera a sus colegas y les repartiera los dulces.

Todo el show de Halloween empezó temprano, cuando una de las
Chicas Superpoderosas llegó a mi casa acompañada de su regalón,
que obviamente vestía una terrorífica máscara verde y una sábana
blanca. Eran las cinco de la tarde y, mientras maquillaba a mi
hijo, nos zampamos una cervecita de litro. Ya con capa de Drácula
y todo, enfilamos rumbo al Vinilo, donde a punta de ron tuve
mi primer enfrentamiento con los apestosos anti-Halloween.
"¿Cómo puedes permitir que tu hijo ande celebrando esta fiesta
yanqui?", "sería mejor que celebráramos las fiestas mapuches",
"es vergonzoso andar disfrazado en una fiesta extranjera y sin
identidad". Pobrecitos, pensaba, mientras seguían con su cotorreo
trasnochado y atemporal.

Soy nacido y criado bajo el cine norteamericano, una de las mayores
influencias de mi vida. Cuando niño, mientras pasaba el exilio
de mi familia en Venezuela y veía más de seis horas de televisión
diarias, sólo soñaba con la oportunidad de vestirme de monstruo
y salir a pedir dulces. ¿Puede haber algo más entretenido que
disfrazarse de vampiro y además exigirle caramelos a la vieja
amargada que uno tiene de vecina? No lo creo.

El discurso político ochentero de "no tomes Coca Cola, porque
cada trago de esa bebida es una bala más para Nicaragua, compañero",
está bastante enterrado. El no asumir que estamos bajo el imperio
norteamericano y todas sus leyes es vivir en la irrealidad más
extrema, y no hay versos, canciones, protestas o guerras que
actualmente logren cambiar el panorama.
La fiesta de Halloween debe ser una de las herencias más entretenidas
de este influjo gringo. Recuerdo los 1os. de Noviembre que viví,
de la mano de mis padres, recorriendo cementerios y sudando la
gota gorda para dejar un ramo de mustias flores al pariente muerto.
Una soberana lata.

Ahora, abro la puerta de mi casa y entran 5 niños corriendo con
máscaras y capas negras. Sus madres, entre las que se encontraba
Fresa Parra, la hija de Eduardito Parra de Los Jaivas, llevan
cámaras fotográficas y de videos. Las hago pasar y les muestro
los poster gigantes de La Momia, Frankenstein y El Hombre Lobo,
que mi hijo instaló en las paredes del comedor. También sacamos
a la Santa Señora Muerte, que sonreía con felicidad eterna en
su día.

La puerta sigue sonando. Aparece Juan Esteban Montero, el encargado
cultural del municipio viñamarino, con sus dos bellas hijas.
Repartimos dulces y me dice: "Esta es la globalización y no podemos
hacer nada". "Sólo disfrutar", le digo yo, mientras nos reímos.
Ya es casi la medianoche y la fiesta se apaga lentamente. Seguramente
en las discotecas los jóvenes dark la pasan mortal, escuchando
Rammstein y bebiendo a destajo para celebrar a los muertos del
mundo.

En el cerro hubo gente que instaló letreros en sus casas diciendo
que no podía celebrar una fiesta "fascista y reaccionaria", términos
que estuvieron de moda hace ya muchos años, pero que ahora generalmente
salen de bocas amargadas y de personas que por sus problemas
internos (y no políticos o sociales) jamás pudieron insertarse
en la sociedad de mercado.
Ahora viene la Navidad, con Viejos Pascueros y sus barbas de
algodón transpiradas a 30 grados de temperatura, mientras cae
nieve artificial y la muchedumbre saquea los centros comerciales.
¡Qué bonito!

ajenjoverde@hotmail.com